martes, 10 de abril de 2012

PÍO BAROJA - EL ÁRBOL DE LA CIENCIA

EL ÁRBOL DE LA CIENCIA, de Pío Baroja
BIOGRAFÍA
Nace en San Sebastián el 28 de diciembre de 1872. Es el tercero de cuatro hermanos. Durante su infancia, los cambios de residencia, a causa del trabajo del padre, ingeniero de caminos, le ponen en contacto con variedad de ambientes, pero le hacen sentir el valor de la cohesión familiar (algo que conservará siempre).
Inicia el bachillerato en Pamplona y cursa el último año en el Instituto de San Isidro, en Madrid. Al acabarlo «sentía curiosidades –dice–; pero, en definitiva, vocación clara y determinada, nin­guna».
Se matricula en la Facultad de Medicina. Al margen de las clases, en las que su carácter independiente le lleva a enfrentarse con algún profesor, lee mucho: novelas (V. Hugo, E. Sué, Balzac, J. Sand, Zola), poesía (Espronceda, Bécquer) y filosofía (Kant, Fichte y Schopenhauer). Se reúne con dos compañeros de carrera para hablar de temas literarios, escribe cuentos, comienza dos novelas, que abandonará, y en La Unión Liberal, de San Sebastián, le publican varios artículos.
Debido a un nuevo destino de su padre, la familia se traslada a Valencia (1891): Carmen recibe clases en un colegio de monjas; sus hermanos, menos Ricardo, que quedó en Madrid, van a la universidad. Todo parece transcurrir con normalidad, pero al año siguiente Daría enferma de tuberculosis. Baroja, que se afana por sanar a su hermano, estudia con ahínco y en año y medio termina la carrera. Por creer que la enfermedad de se ha estacionado, vuelve a Madrid para cursar el doctorado, y en febrero de 1894 ha de acudir rápidamente a Valencia: su hermano está gravísimo. Fallece al día siguiente de llegar él.
La familia deja el piso de Valencia y se traslada a Burjasot. Con ella Baroja pasará el verano de 1894, e informado de que existe una vacante de médico titular en Cestona, la solicita y se la conceden.
En Cestona padece la hostilidad del otro médico, que llevaba treinta años ejerciendo en el pueblo. Asqueado de ello y del ambiente mediocre y conformista que allí existe, se refugia en la lectura: Schopenhauer sobre todo. Finalmente opta por marcharse. Como no consigue obtener otra plaza, decide abandonar la me­dicina.
Regresa a Madrid. Con Ricardo regenta la panadería (espe­cializada en fabricar pan de viena) de una tía de su madre. Madrid ahora le gusta, pero el negocio no rinde; surgen conflictos con sus obreros, y esto asombra y exaspera a Baroja porque siempre había procurado darles un trato digno; además está terminando la guerra de Cuba y los alborotos por las calles son frecuentes. Bajo este clima lee a Dickens, Stendhal, Dostoiewski, Tolstoi...; publica artículos en Germinal, La vida literaria, La Revista (donde utiliza los seudónimos de «Silvestre Paradox» y de «Doctor Ba­roja»), y en 1901 se encarga durante algún tiempo de la crítica teatral en El Globo. En 1902 deja definitivamente la panadería para dedicarse de lleno a escribir.
Recordándolo dirá: «Mi período de vida preliteraria ha tenido tres épocas: ocho años de estudiante, dos de médico de pueblo y siete de panadero. Al cabo de estos años, ya en las proximidades de los treinta, comencé a ser escritor».
Desde este momento, su vida se proyecta en su abundante obra, cuya publicación se inicia en 1902 con Vidas sombrías (cuen­tos) y Camino de perfección (novela). Reside en Madrid; viaja bastante por España y por Europa (Italia es el país más frecuen­tado), y desde que en 1912 comprara una casona en Itzea (Nava­rra), pasa allí temporadas, sobre todo en verano, con su madre y otros familiares.
En su juventud, con sus amigos Azorín y Maeztu (el grupo de «Los tres»), había publicado un manifiesto de ideología anar­quista, propugnando una reforma social y política del país, «Ma­nifiesto cientificista» (1901). A diferencia de Unamuno, otro de sus amigos, nunca tuvo simpatía por el socialismo. El advenimiento de la Segunda República no despertó en él mayores entusiasmos.
La sublevación franquista de 1936 le sorprendió en Itzea y fue insultado y detenido por elementos carlistas. Aterrorizado, cruzó la frontera y, salvo dos breves viajes a España, pasó todo el tiempo de la guerra civil en París, en el Colegio de España de la Sorbona. Al término de la contienda intenta embarcar hacia América; no lo consigue y, en 1940, regresa a Madrid. En los años siguientes, encerrado en su mundo familiar, se dedica preferente­mente a la redacción y publicación de sus Memorias. El 30 de octubre de 1956 fallece.
OBRA
Comprende un centenar de volúmenes: novelas, cuentos, teatro, biografías, ensayos, guías de viajes, sus Memorias (Desde la última vuelta del camino) y un libro de versos (Canciones del suburbio). Fue, ante todo, un no­velista.
Las trilogías
En 1904 publicó, con la denominación de «trilogía», «La lucha por la vida», tres novelas con un tema unitario. A partir de entonces proyectó escribirlas formando trilogías y además agrupó de esta manera, con un título en cada caso, las aparecidas anteriormente. Cabe decir que sus trilogías no siempre ofrecen una clara unidad temática y que en alguna ocasión son cuatro y no tres las novelas agrupadas.
Las trilogías más importantes son las escritas hasta 1912. Son las que guardan mayor relación con el espíritu de la Generación del 98.
Cabe citar:
1. «Tierra vasca». La forman: La casa de Aizgorri, El mayo­razgo de Labraz y Zalacaín el aventurero, a las que añadió La leyenda de Jaun de AIzate (de 1922). La primera y la última están en forma dialogada. Lo único que tienen en común todas ellas es su localización, el País Vasco, y que sus personajes sean también vascos. La más importante es Zalacaín el aventurero. Su protago­nista, Martín Zalacaín de Urbía, encarna el hombre de acción que Baroja hubiera deseado ser.
2. «La vida fantástica». Comprende: A venturas, inventos y mixtificaciones de Silvestre Paradox, Camino de perfección y Pa­radox, rey.
El mismo año (1902) de editarse Camino de perfección, Valle ­Inclán publica su Sonata de otoño, Unamuno, Amor y pedagogía, y Azorín, La voluntad. Estas novelas y la de Baroja coinciden: el protagonista es un desilusionado.
3. «La lucha por la vida». Está formada por La busca, Mala hierba y Aurora roja. Muestran la vida del Madrid de fin de siglo a través de tres sectores: el mundo del hampa, el proletariado y la pequeña burguesía.
4. «El pasado». La componen La feria de los discretos, Los últimos románticos y Las tragedias grotescas. Destaca la primera, en la que se combina la pintura de la sociedad cordobesa acomo­dada con la de los sectores pintorescos y folklóricos.
5. «La raza». Hablaremos de ella particularmente más ade­lante.
6. «Las ciudades». César o nada, de 1910, y El mundo es ansí de 1912, cierran el primer período de la producción novelesca de Baroja. La sensualidad pervertida (con muchos recuerdos auto­biográficos), tercera de la trilogía, es de 1920.
A partir de 1913 y hasta 1935 publica las «Memorias de un hombre de acción», serie de veintidós novelas de carácter histórico, basadas en la vida de un antepasado suyo, Eugenio Aviraneta, conspirador liberal. La tarea le ocupó preferentemente durante la segunda etapa de su obra literaria, por lo que el número de trilogías es menor; solo cuatro: «El mar» (aventuras de intrépidos marinos, como Shanti Andía), «Agonías de nuestro tiempo», «La selva oscura» y «La juventud perdida». De ellas dijo Baroja que, a diferencia de las primeras, se caracterizan por su ironía y por «un cierto mariposeo sobre las ideas y sobre las cosas».

SU TÉCNICA NOVELÍSTICA
A raíz de una polémica con Ortega y Gasset, Baroja sostenía que la novela carece de una técnica bien definida: es «un saco donde cabe todo». No obstante, he aquí algunos de los caracteres que se observan en la generalidad de sus novelas:
a) Variedad de ambientes y de tipos. En sus narraciones, la sociedad aparece retratada a través de una suma de anécdotas y episodios yuxtapuestos a la que se añaden los comentarios, a menudo críticos, del autor, directamente o en boca de alguno de los personajes. Da la sensación de que escribe sin un plan previo; no es así: a menudo (como en El árbol de la ciencia) la estructura está bien trabada en torno a un tema central; los episodios mar­ginales, los subtemas, no lo ocultan.
b) Los personajes. Hay uno o unos pocos personajes centrales, sobre cuya peripecia se apoya el desarrollo argumental, y una gran abundancia de tipos secundarios. Los primeros recogen el concepto de la vida y del hombre que el autor defiende. Los segundos suelen ser meteóricos, ocupan un lugar en un capítulo, o poco más, y desaparecen, aunque están descritos con precisas pinceladas. Su papel es doble: de un lado, forman el trasfondo humano de un ambiente, y de otro, provocan reacciones en el personaje central que ayudan a definirlo.
Baroja, que permaneció soltero toda su vida, tiene para la mujer, sobre todo para las que figuran en primer término, un enorme respeto. Destacan por su bondad, su gracia y su belleza. Acaso por todo ello evitó cuidadosamente las escenas y los temas eróticos en sus obras.
c) Pesimismo y humor. Su pesimismo y su sentido crítico, al contemplar el anquilosamiento de la sociedad española de su tiempo, son paralelos a los que se detectan en los demás escritores de la Generación del 98. Pero, a diferencia de éstos, su crítica se reviste dé humor. Enjuicia implacablemente, sin perdonar a nadie; pero se ríe al mostrar el lado grotesco de todo cuanto bulle a su alrededor. Ese humor ha sido calificado de acre, sarcástico y cínico; es más acertado decir que el suyo es un «humorismo sentimental», como propio de un hombre inteligente, solitario y tímido a quien hace sufrir lo que contempla.
d) Abundancia de diálogo. En sus Memorias confiesa que de niño saltaba las descripciones y buscaba el diálogo. Allí encontraba la certera impresión de algo vivo. Por eso, después, al escribir, lo prodiga y por eso, también, sus descripciones son breves y precisas.
e) Ideas. Suele tratar temas de la vida actual, a través de los cuales efectúa la crítica social y política del país. Es frecuente advertir la defensa de la ciencia frente al peso de la religión, y una actitud anarquizante, mitigada al correr de los años, le lleva a de­ denunciar cuanto considera que se opone a la liberación del individuo, como son: el pasado histórico, el poder del Estado y la influencia del clero. No obstante, más que ahondar en los problemas de los sectores populares, recoge principalmente cuanto de pintoresco hay en ellos.
f) Lenguaje y estilo. Su postura es tajante: «Uno quisiera estrujar el idioma, recortarlo, reducirlo a su quintaesencia, a una cosa algebraica; quisiera suprimir todo lo superfluo, toda la carnaza, toda la hojarasca» (El mundo es ansí). De ahí que su lenguaje, sencillo y sobrio, esté muy próximo al habla común, pero recurre a voces científicas o de nivel culto si así gana en precisión. Su frase es corta y de sintaxis lineal; los párrafos, no muy extensos. Esta economía de elementos no impide que la sensibilidad de Baroja sepa hallar comparaciones y adjetivos sumamente expresi­vos, lo cual, unido a la multiplicidad de tipos y situaciones, confiere a sus novelas una amenidad que resulta realzada por el ritmo ágil y dinámico del relato.
“EL ÁRBOL DE LA CIENCIA”
La trilogía «La raza» apareció con esta ordenación: La dama errante, 1908; La ciudad de la niebla, 1909; El árbol de la ciencia, 1911. Lo que en ellas se cuenta no sigue este orden, ya que el contenido de El árbol de la ciencia es anterior, crono1ógicamente, al de aquéllas.
La dama errante, la primera de las tres, se inspira en el atentado de la calle Mayor de Madrid, contra los Reyes de España (1906). En los nueve primeros capítulos, situados en Madrid, se nos presenta a los protagonistas: el doctor Enrique Aracil y María, su hija, y otros personajes, entre los que destacan Iturrioz, Venancio (tío de María) y el anarquista Nilo Brull, nombre con el que se designa a Mateo Morral, el autor del atentado. A partir del capítulo 9 la novela es el relato de la huida del doctor Aracil (sospechoso de estar relacionado con Brull) y de María, hasta que llegan a Lisboa, para embarcar hacia Inglaterra.
La ciudad de la niebla, continuación de la anterior, transcurre en Londres. La primera parte (once capítulos) está narrada en primera persona. María refiere las impresiones que le causa la ciudad y la diversidad de tipos humanos que encuentra. Allí, el concepto idealista que tenía de su padre cambia, sobre todo cuando ve que se casa, por dinero, con una rica suramericana y marcha a América.
La segunda parte (diecisiete capítulos) está en tercera persona. María desempeña diferentes ocupaciones para ganarse el sustento, se interesa por los problemas de un grupo de emigrados anarquistas y sufre una amarga decepción amorosa. Desilusionada de todo (de aquello en que ha creído y de lo que ha vivido), regresa a España; se casa, tiene un hijo y se convierte en una «señora sedentaria y tranquila».
Baroja, en sus Memorias, escribió sobre la tercera novela de la trilogía: “El árbol de la ciencia es, entre las novelas de carácter filosófico, la mejor que yo he escrito. Probablemente es el libro más acabado y completo de todos los míos”.
Ante todo, la novela (escrita en 1911) tiene mucho de autobiografía, pero además, la obra es toda una radiografía de una sensibilidad y de unos conflictos espirituales de su época.
El árbol de la ciencia responde a lo que la crítica alemana llama una “novela de formación” de un personaje. Desarrolla la vida de Andrés Hurtado, un personaje perdido en un mundo absurdo y en medio de circunstancias adversas que constituirán una sucesión de desengaños.
Su ambiente familiar hace de él un muchacho “reconcentrado y triste”: se siente solo, abandonado, con “un vacío en el alma”. A su vez, siente una sed de conocimiento, tiene la necesidad de encontrar una orientación, algo que dé sentido a su vida. Pero sus estudios (de Medicina, como Baroja) no colman tal ansia: la universidad y la ciencia españolas se hallan en un estado lamentable. En cambio, su contacto con los enfermos de los hospitales y si descubrimiento de miserias y crueldades, constituyen un nuevo motivo de depresión.
Al margen de sus estudios, Andrés descubre nuevas lacras: la muerte de su hermanito, Luis, vendrá a sumarse a todo como un hecho decisivo que le conduce al escepticismo ante la ciencia y a las más negras ideas sobre la vida. El protagonista dirá: “Uno tiene la angustia, la desesperación de no saber qué hacer con la vida, de no tener un plan, de encontrarse perdido, sin brújula, sin luz adonde dirigirse”.
Las etapas posteriores de su vida constituyen callejones sin salida. El ambiente del pueblo donde empieza a ejercer como médico le produce un “malestar físico”. Madrid, adonde vuelve, es “un pantano” habitado por “la misma angustia”. Hurtado deriva hacia un absoluto pesimismo político, se aísla cada vez más y adopta una postura pasiva en busca de una paz desencantada (la abulia de los hombres del 98). Sólo accederá a una paz provisional, tras su matrimonio con Lulú. Pero la vida no le concederá reposo, pronto atemorizará la angustia premonitoria de la muerte de su hijo y de su mujer, definitivo desengaño que lleva a Andrés al suicidio.
El título
Procede del Génesis (2, 9 y 17): «yavé Dios, después de crear al hombre, lo coloca en el Edén, donde hay toda clase de árboles hermosos y entre ellos el de la vida (que daba la inmortalidad) y el de la ciencia del bien y del mal (que proporcionaba la ciencia práctica de la vida y la felicidad terrenas), con la advertencia de que "el día que de él comieres, ciertamente morirás".»
El árbol de la ciencia, insiste en lo intelectual, en el conocimiento de la verdad; todo acaba aplastado por el árbol de la vida, pero algún día la ciencia podrá ser útil, como parecen indicar las palabras finales:”había en él algo de precursor”, referidas al suicida.

Baroja colocará a Andrés Hurtado en un lugar y en una época determinados (España a finales del siglo XIX) para mostrar, a través de su vida y de sus reflexiones, que el mundo no es un edén y que la felicidad en él es inasequible.
Argumento
La novela consta de siete partes:
Primera parte
Once capítulos. Transcurre en Madrid. Se nos presenta a Andrés Hurtado, su familia, sus amistades (J. Aracil, Montaner...), la soledad en que vive (se refugia en la lectura), la decepción que le producen los profesores de la Facultad y el comienzo de la enfermedad de Luisito, su hermano menor. En el Hospital de San Juan de Dios comprueba la impotencia de la medicina para remediar el sufrimiento humano y advierte la inmoralidad que existe en aquel centro (administradores, médicos, religiosos). Estos condicionamientos conforman el carácter del joven: solitario, reflexivo y pesimista.
Segunda parte
Nueve capítulos. Acompaña a J. Aracil en busca de diversiones. Esto le pone en contacto con una serie de tipos (comadrona que practica abortos, prostitutas, borrachos, chulos, mendigos, usu­reros, bohemios...) y conoce a Lulú, una joven de carácter noble e independiente. Hurtado considera, con Schopenhauer, que «la vida es una lucha constante, una cacería cruel en que nos vamos devorando los unos a los otros». Planteada esta cuestión a su tío Iturrioz, éste opina que solo existen dos soluciones para el hombre sereno: la abstención y contemplación indiferente de todo, o la acción, pero limitándola a un círculo pequeño, porque resulta absurdo y quijotesco tomarla como regla general de conducta. Ante esto, A. Hurtado, perplejo, se preguntará: «¿Qué hacer? ¿Qué dirección daré a la vida?»
Tercera parte
Cinco capítulos. La familia de Andrés se traslada a Valencia. Luisito parece mejorar. Andrés concluye el doctorado y marcha a un pueblo de la provincia de Burgos para sustituir temporalmente al médico. Allí se encuentra a gusto, pero al mes y medio recibe una carta de su padre comunicándole el fallecimiento de Luisito. La noticia le llega ocho días después de haber ocurrido. Es un mazazo. El dolor, ahora, le afecta personalmente; a pesar de ello, constata con estupor que no siente ninguna desesperación.
Cuarta parte
Cinco capítulos. Conecta con la conversación de Andrés e Iturrioz del final de la segunda parte. Aquí se hace mención expresa de los versículos del Génesis a los que antes nos hemos referido. Andrés elogia a Kant y a Schopenhauer, destructores de la influencia que el semitismo ha ejercido en el pensamiento de nuestra sociedad, y confía en los progresos de la ciencia para modificarla y liberarla de falsedades. Pero Iturrioz opone que el intelectualismo es estéril porque lleva a una destrucción sistemática de cuanto ha sido la base de la sociedad y, en cambio, no lo ve capaz de construir un mundo mejor que el existente; la claridad del pensamiento científico conduce a una vida completamente vulgar, y afirma: «Hay que vivir con las locuras que uno tenga, porque es necesario una fe para hacer algo útil». Andrés no lo acepta; no admite otra fe que la de las propias fuerzas; la otra hay que destruirla. La inteligencia ha de prevalecer sobre lo demás. Solo con ella se puede comprender el mundo, la vida y explicar las cosas.
Quinta parte
Diez capítulos. Esta parte se titula «La experiencia en el pueblo». Significativamente, en las dos restantes también se recurre a aquel sustantivo «La experiencia en Madrid» y «La experiencia del hijo», respectivamente).
Andrés ejerce en Alcolea del Campo, pueblo manchego. Pro­fesionalmente podría sentirse contento; pero el ambiente que le rodea le repugna. Alcolea es una síntesis de los vicios y defectos que existen en muchos pueblos españoles: envidia, estupidez, caciquismo, crueldad, orgullo, vanidad, rivalidades... Andrés se refugia en la lectura, «porque no podía vivir», y por último decide dejar la plaza. Allí todo es absurdo, como lo es que la noche de su partida, aprovechando que están solos en la casa, duerma con Dorotea, su patrona.
Sexta parte
Nueve capítulos. Regresa a Madrid. Asiste al espectáculo de la inconsciencia colectiva ante el desastre de la guerra de Cuba; reencuentra a amigos y condiscípulos (Aracil, Montaner, Lamela, Ibarra...) cuyas vidas, en realidad, no son más que un fracaso. Ocupa una plaza de médico de Higiene y, por ello, ve de cerca las miserias del mundo de la prostitución. No hay en su vida nada sonriente; se siente «como un hombre desnudo entre zarzas». Pero encuentra a Lulú, se ven con frecuencia y, aunque cree que el amor en el fondo «es un engaño, como la vida misma», confiesa que la quiere.
Séptima parte
Cuatro capítulos. Andrés y Lulú se casan. Él gana lo suficiente como traductor para una revista médica. Se aísla un tanto del mundo y le satisface la vida ordenada que lleva. Lulú y él se admiran mutuamente. Pero Lulú queda embarazada y su carácter cambia; de burlona y alegre se vuelve triste y sentimental. Esto y la preocupación por haber engendrado un hijo para, con él, con­tribuir a perpetuar el dolor en el mundo desasosiegan a Andrés. El parto no es normal y el niño nace muerto. Tres días después fallece Lulú. Andrés, sin fuerzas para vivir, se suicida.
La estructura
La novela cuenta la vida de A. Hurtado, siguiendo un orden cronológico, y termina con la muerte de él. En este sentido es un relato lineal y cerrado. Pero muy meditado. Las siete partes de que consta agrupan y distribuyen la materia narrativa, según un plan claro, simétrico y muy equilibrado, en tres bloques: a) tres partes, b) una y c) tres.
a) Partes primera, segunda y tercera. Etapa de formación: intelectual (estudios, lecturas), social (la familia, trato con los amigos, observación de la gente) y reflexiva (crítica de compor­tamientos ajenos, búsqueda de un sentido a la vida).
b) Se limita a una sola parte, la cuarta. Ocupa el centro de la novela. N o es un paréntesis en el relato, sino la justificación de todo él. A través del diálogo entre Andrés e lturrioz se exponen unas ideas filosóficas a las que Baroja quiere dar vida literaria.
c) Partes quinta, sexta y séptima. Al referir el argumento, ya hemos mencionado que en éstas Andrés deja de ser «espectador» para confrontar las propias «experiencias» vitales con sus presu­puestos ideológicos.
Existen, además, una serie de correspondencias y paralelismos entre los dos bloques narrativas, el a) y el c): Partes primera y quinta (las primeras de cada grupo): comienza los estudios de medicina (primera) y la ejerce (quinta). Ambos guardan relación directa con la protagonista. Partes segunda (+ sexta) y quinta. Retrato de la sociedad española: en Madrid (segunda: antes de su marcha; sexta: a su regreso) y en un medio rural (quinta). Observación del entorno, principalmente.
Partes tercera y séptima (las últimas de cada grupo). Ocurre la muerte de un familiar: Luisito (tercera) y el hijo y la esposa de Andrés (séptima). El dolor afecta al protagonista de diferente manera. En el primer caso, le lleva a la reflexión, a buscar un sentido y orientación a la vida (será la parte cuarta); en el segundo, ya no reflexiona, sino que decide la eliminación de la propia vida. Si con el primero se cierra solo la primera etapa, con el segundo concluye la novela.

Lo autobiográfico
Se ha dicho que Andrés Hurtado es un tipo muy representa­tivo de las ideas y actitudes sustentadas por los escritores del 98. Pero su identificación con el Baroja real es notabilísima. Nuestro autor trasladó a la novela y al protagonista mucho de él mismo, hasta el punto de que, con la mera sustitución de la tercera persona por la primera, aprovechó bastantes páginas de la obra para incorporarlas a sus Memorias. He aquí algunas de las relaciones:
·         La familia
Existen leves diferencias entre la de Andrés Hurtado y la de Baroja. Los hermanos de Andrés son tres varones (Alejandro, Pedro y Luis) y una mujer (Margarita); en Baroja son dos (Daría y Ricardo) y una (Carmen). En la novela, la mayor es Margarita, y el que fallece, también de tuberculosis y en Valencia como Daría, es Luis. Difieren en los caracteres: a ninguno de los her­manos, según las páginas de las Memorias y las de los biógrafos de Baroja, pueden asignárseles los calificativos de «inútil y egoísta» que aplica a Alejandro ni lo de ser un gozador de la vida, como Pedro; en cuanto al padre, que en la novela es egoísta y déspota en casa, dista mucho de don Serafín Baroja, hombre «alegre y bondadoso, muy preocupado de la opinión de sus antiguos amigos y bastante despreocupado de las cosas propias».
En la novela, la madre de Andrés, Fermina Iturrioz, ha falle­cido. Con ello Baroja soslayó cualquier referencia a la suya, doña Carmen Nessi, a la que veneraba.
·         La medicina
Existe una coincidencia casi absoluta entre novela y realidad. Cuando estudiante: los profesores le decepcionan y considera a Letamendi como un petulante. Como médico: ejerce un par de años en un pueblo: Alcolea, en la novela; Cestona, en la realidad. En ambos se enfrenta a parecidos problemas y gentes" hasta que se hastía de ellos y deja la plaza.
Los personajes
Son numerosísimos. Al lado de Andrés, protagonista único, cobran relieve dos: Iturrioz, mentor y contrapunto ideo1ógico, y Lulú, que aparentemente llena su soledad y su vida, pero que, a la postre, lleva a la confirmación de lo que Andrés sostiene: el mundo es absurdo; no vale la pena vivir. Junto a Andrés, Lulú es el otro gran personaje, uno de esos espléndidos tipos de mujer frecuentes en Baroja. Graciosa y amarga, lúcida y mordaz, “no aceptaba derechos ni prácticas sociales”. Sin embargo, tiene un fondo “muy humano y muy noble” y muestra una singular ternura por los seres desvalidos. Por encima de todo valora la sinceridad y  la lealtad.
Para los personajes principales, Baroja usa una técnica de caracterización paulatina; se van definiendo poco a poco, por su comportamiento, sus reflexiones, por sus diálogos, etc. Además son personajes redondos, que evolucionan y van adquiriendo espesor humano.
En torno a Andrés y Lulú pululan numerosísimos personajes secundarios rápidamente esbozados. Bien podría hablarse de personajes colectivos, que vienen a ser piezas de un ambiente, “figurantes” de un denso telón de fondo, los cuales contribuyen a crear una atmósfera insustituible. Estos personajes secundarios son bocetos vigorosos, de trazos más rápidos; a veces pueden ser satíricos, pero en otras ocasiones, están cargados de ternura y compasión. En esa muchedumbre que Andrés trata o simple­mente conoce, cabe distinguir dos grupos. El más numeroso lo forman quienes aportan lo negativo, en todos los campos; por ejemplo, en la docencia: los profesores, sin excepción; en la amistad: Aracil; en la medicina: el médico de la Cruz Roja, el de Alcolea...; en el proletariado: Estrella, doña Virginia, Chafandín, etc. El grupo más reducido lo forman quienes significan lo positivo y que, en el fondo, no son más que víctimas de la sociedad, como Lamela, !barra, entre los amigos; sor María de la Cruz, la Venancia, Dorotea, entre las mujeres.


El alcance social. La realidad española
Los personajes y ambientes constituyen un mosaico de la vida española de la época. Son los años en torno al 98 y es una España que se descompone.
A través de los estudios de Andrés somos conscientes de la pobreza cultural del país, de la ineptitud de los profesores, del desprecio por la ciencia y la investigación.
Los aspectos sociales aparecen ya al principio, las más diversas lacras, producto de una sociedad que Andrés quisiera ver destruida. El mundo rural es inmóvil y está presidido por la insolidaridad y la pasividad ante las injusticias. Se denuncia el caciquismo, que conlleva la ineptitud de los políticos. La ciudad, Madrid, presenta  muestras de la más absoluta miseria, con la que se codea la despreocupación de los señores adinerados. El protagonista siente una cólera impotente ante el mundo que le rodea: “si el pueblo lo comprendiese, se mataría por una revolución social, aunque ésta no sea más que una utopía” Pero el pueblo está cada vez más degenerado y “no lleva camino de cortar los jarretes de la burguesía” Por lo tanto, no parece haber solución.
Baroja refleja la realidad española en dos núcleos espaciales fundamentales, Madrid y Alcolea del Campo (a los que se añaden otros de menor importancia: pueblo de Valencia, Valencia capital, pueblo burgalés).
El núcleo espacial madrileño le sirve a Baroja para trazar una despiadada radiografía de las clases sociales y del ambiente cultural: la mísera sordidez de las casas de vecindad (su descripción adquiere tonos esperpénticos en la muerte del escritor bohemio Villasús); los ambientes de la prostitución (lacra tolerada y considerada como un mal necesario) donde la miseria se agudiza: viven amontonadas, reciben palizas brutales, padecen enfermedades, etc. Esta situación contrasta con los señoritos de la alta sociedad que las visitan, con las amas que las regentan, con la protección policial de que gozan alcahuetas, amas y chulos, con la “honrada decencia” de los empresarios contra los que el narrador descarga su ironía feroz (6ª parte, cap. 5).
Nada escapa a la visión demoledora: la religión católica aparece como funesta creadora de un mundo cómodo mediante la caridad  y el paraíso prometido, mientras que sus ministros se entregan al bienestar, al juego y a la sexualidad pervertida. En Alcolea la férrea moral católica impone al pueblo un comportamiento que distorsiona su sexualidad internamente desenfrenada y alimentada por la pornografía. La sanidad tampoco queda mejor parada: hospitales sin higiene, trato humillante y cruel a los enfermos.  Pero Baroja es especialmente satírico con la Universidad española, que aparece como símbolo de la vulgaridad intelectual: edificios inadecuados, falta de espíritu científico en alumnos juerguistas y en profesores ineptos. También aparece el abandono de la investigación, sin protección alguna por las instituciones ni la industria, lo que obliga al inventor Fermín Ibarra a emigrar a Bélgica.
En el terreno político se manifiesta la misma realidad penosa. El pueblo vive, engañado por sus gobernantes, el irresponsable optimismo ante la guerra con EE.UU, que acarreará la pérdida de sus colonias, provocando el Desastre del 98; sólo algunas mentes lúcidas  como Iturrioz son conscientes de la triste realidad. Lo más grave es que, ocurrido el desastre, sigue la indiferencia general de los políticos y del pueblo, que parece no enterarse de nada. Todo ello causa la desolación  de  Andrés  (6ª parte, cap. 1).
Esta situación se completa con la penosa realidad de la España rural ejemplificada en Alcolea del Campo: pueblo sin solidaridad, manejado por una política corrompida y aplastado por una economía paralizada; Alcolea está sitiada por la moral católica y el caciquismo de liberales y conservadores (grotescamente denominados “Ratones” y “Mochuelos”), que se turnan políticamente en la explotación del pueblo ignorante y resignado.
El atraso  científico, la pobreza cultural, la desastrosa realidad social y la absoluta irresponsabilidad política dominantes en aquella época eran tan penosas como ciertas. Ante esto, el protagonista de la novela abandona toda rebeldía social a favor del escepticismo absoluto.
El sentido existencial de la novela
Los dos ingredientes fundamentales de la novela (la filosofía pesimista de Schoenhauer y la penosa realidad social y política española) están relacionadas entre sí de modo que constituyen el marco intelectual y humano en el que se desarrolla la problemática existencial de Andrés. Tal pesimismo explica que nos hallemos ante una novela filosófica. Tres son los filósofos preferidos en las lecturas del protagonista: Kant, Schopenhauer y Nietzsche. De ellos, la presencia más influyente es la Schopenhauer. Así, en la novela se muestra desde el principio la relación entre el dolor y sufrimiento del hombre y la inteligencia y conocimiento empleados en la búsqueda de la verdad. Hurtado se va convenciendo de la filosofía pesimista del alemán ya en su período de alumno interno en el hospital, ante la contemplación del dolor de los enfermos y la crueldad del personal sanitario. Su dolor resalta más en contraste con la actitud inconsciente de su compañero Lamela, que está enamorado de una solterona fea, pero él la idealiza y la ve bellísima. También se aprecia el eco de Schopenhauer en la conducta de Hurtado cuando alivia el sufrimiento de su soledad familiar y de su rechazo de la farsa universitaria al ver el dolor de su amigo artrítico Fermín Ibarra: es el alivio del dolor personal ante la contemplación del ajeno.  Hurtado intenta seguir el modelo de la abstención (“ataraxia”) schopenhaueriano hasta que la muerte de Luisito perturba la tranquilidad encontrada en el pueblo burgalés.
El auténtico núcleo filosófico de la novela está en la cuarta parte: en ella Iturrioz esboza su concepción del mundo partiendo de la imagen bíblica del árbol de la vida y el árbol de la ciencia (4ªparte,cap.3).
Hurtado defiende la esperanza de que mediante la ciencia y el conocimiento se podrá llegar a un mundo mejor; pero ante la ruindad humana de Alcolea, llega al escepticismo puro.
De nuevo en Madrid, vuelve a conseguir la ataraxia mediante la abstención social en el refugio de su matrimonio con Lulú, convencido de que “Iturrioz tenía razón: la Naturaleza no solo hacía el esclavo, sino que le daba el espíritu de la esclavitud” (6ª parte, cap. 8). Hurtado vuelve a perder la ataraxia (esa abstención vital propugnada por Schopenhauer) abatido por la muerte de su hijo y de su esposa, y, aplastado por el dolor, ya no puede conciliarse con la vida ni por medio de la ciencia ni por la de la abstención.
Los conflictos existenciales constituyen el centro de la obra. En cuanto a lo religioso, en Kant Andrés ha leído que los postulados de la religión “son indemostrables”. Hurtado no halla, entonces, ningún asidero intelectual. La ciencia no le proporciona respuestas a sus grandes interrogantes sobre el sentido de la vida y del mundo. La inteligencia y la ciencia no hacen sino agudizar el dolor de vivir. En definitiva, la vida humana queda sin explicación, sin sentido, es una “anomalía de la naturaleza”. Las lecturas filosóficas de Andrés no hacen otra cosa que confirmarle en esa concepción desesperada. La principal influencia es la de Shopenhauer. De él proceden algunas de las definiciones de la vida que encontramos en la novela como: “la vida era  una corriente tumultuosa e inconsciente, donde todos los actores representaban una comedia que no comprendían”.
Hurtado, que antepone la independencia como norma ética, no logra, ni en su familia, ni en la intelectualidad ni en  la sociedad, un sistema de ideas en que basar su vida, convirtiéndose así en un exponente de los conflictos existenciales del intelectual de principio de siglo. Veamos su desarrollo:
- El desamparo familiar condiciona su personalidad. Rechazo, aislamiento, exceso de sensibilidad, agravados en la universidad en contraste con el pragmatismo de Aracil, con la estupidez de sus profesores, y alimentados por sus lecturas filosóficas.
- La depresión y la angustia se agudizan en contacto con la miseria de las casas de vecindad.
- Halla la paz en el pueblo levantino, pero en la capital valenciana su espíritu se ve perturbado por una angustia de signo cósmico ante las ciegas fuerzas de la Naturaleza ocultas en la noche.
- En  la aldea de Burgos recobra el equilibrio, pero se rompe con la muerte de Luisito.
- Andrés escucha de Iturrioz su pesimista concepción del mundo, pero él confía en la ciencia, “que ni es cristiana, ni atea, ni revolucionaria, ni reaccionaria”, pero se derrumba por la experiencia repugnante de Alcolea.
- Ya en Madrid, Andrés, convencido de que Iturrioz tenía razón, llega a la esquizofrenia (6ª parte, cap.8).
- Halla un oasis de tranquilidad con Lulú, pero vuelve a ser aplastado por el destino: malos presentimientos que se apoderan de su sensibilidad enfermiza, inquietud creada por el deseo de Lulú de tener un hijo, histerismo de ella en el embarazo; finalmente, la tragedia de la muerte de Lulú y el hijo hacen que la existencia se vuelva insoportable para Andrés. Pierde su confianza en la ciencia (la medicina no pudo salvar a su mujer) y en la Naturaleza (que tampoco curó a Luisito). Por lo tanto, se suicida. Sin embargo, la idea final (“Tenía algo de precursor”) ofrece una esperanza: las ideas no mueren, y el sacrificio de Andrés conlleva la esperanza de un mundo menos absurdo mediante el esfuerzo intelectual.
La crítica
Censura sin paliativos a las clases superiores (universidad, administración de los hospitales, gobernantes, prensa...), al clero (monjas del Clínico, hermano Juan, el cura «Lagartijo», el dueño de dos casas de lenocinio..;) y también denuncia la pasividad de los sometidos (estudiantes, la Venancia, Dorotea, vecinos de Al­colea y de Madrid). En algún momento la repugnancia de Andrés ante la inconsciencia colectiva es tanta que quisiera acabar con ella empleando métodos violentos, como ametrallar la gente a la salida de las corridas de toros.
La expresión
Agilidad, economía y precisión son tres rasgos destacables: los capítulos son cortos, y los párrafos, breves. Las descripciones de lugares, momentos o los muy frecuentes retratos de personajes ocupan pocas líneas. En los diálogos (salvo en las conversacio­nes con Iturrioz), las intervenciones de los interlocutores son concisas.
En alguna ocasión el ritmo vivo de la prosa se remansa y hallamos tríadas de adjetivos («El hospital... era un edificio in­mundo, sucio, maloliente») o de complementos («Hablo de los niños abandonados, de los mendigos, de las mujeres caídas») y enumeraciones descriptivas («En medio del calor sofocante las abejas rezongaban, las avispas iban a beber el agua del riego y las mariposas revoloteaban de flor en flor»).
El léxico de la novela pertenece a un nivel culto («cyranesco, avatares, unción, inanidad, inhibición...»), con frecuentes términos científicos («hemoptisis, bacilo, afasia, artrítico, alveolo...»), incluso en latín («ichneumon, spoliarium...»), pero también recoge palabras y expresiones de nivel popular («La madre era una chatorrona gorda, con el colmillo retorcido; peque, tía cerda, cabronazo, pollo neque...») e incluso voces valencianas («Chitano, Choriset, ous, figues...»).
La ironía barojiana la encontramos ya en la primera página (el párrafo que comienza: «Por una de esas anomalías clásicas de España...»); pero algunas veces es solo una nota de humor («... como estudiaba, cuando estudiaba, metido en la cama»), y no es infrecuente encontrar imágenes delicadas («Las plantas se doblaban tristemente sobre su tallo»).
Como se ha podido comprobar, en El árbol de la ciencia se detectan casi todos los rasgos característicos de la novelística barojiana.









 



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